Erica Valencia, fundadora de Ectágono, nos comparte cómo fue la transición hacia una dieta vegana, coherente con su forma de pensar.
Ancas de rana, sopa de médula, foie gras, tacos pekin, barbacoa, lechón o black cod. Eran algunos de mis platillos favoritos desde niña.
Mantenerme al día sobre los restaurantes a probar de cada ciudad, conocer los mejores platillos de cada localidad y su historia, y no quedarme sin degustar las especialidades en cada sitio, siempre resultó ser mi más grande pasión.
Esa vinculación con el placer, y el reconocimiento del arte en cada plato, me impulsó a estudiar la comida como herramienta de medicina y transmutación. Así, adopté la nutrición holística, después de haber experimentado una condición médica, seguida por una depresión que conllevó a un desorden alimenticio. Además, generó una gran desvinculación conmigo misma.
Aprendí la importancia de nutrirnos de relaciones sanas, de encontrar un propósito de vida. Y además, de cocinar e interactuar con nuestros alimentos. Busqué, a partir de ese momento, tener una vida espiritual activa, hacer ejercicio y entender la importancia de lo que decidimos comer.
Experimenté con todas las tendencias de dietas, porciones y combinaciones, y comencé a entender a mi cuerpo. En paralelo, inicié Ectagono como un nuevo experimento. El proyecto surgió en como un prototipo de un estilo de vida que aplicara los principios en armonía entre sí y con su entorno. Su intención, fomentar siempre beneficios en equilibrio, intercambio.
La última dieta con la que experimenté hace seis años, fue la vegana.
Este régimen me llevó hacia una transición de respeto y agradecimiento a la vida. Además, me acerqué a la sustentabilidad, entendimiento energético en cada alimento, y mayor vinculación con la cadena de valor detrás de cada plato.
Me volví una apasionada al momento de involucrarme en todo el proceso de mi comida. Desde tener mi propio huerto para cosechar mis alimentos, hasta germinar mis semillas para obtener mayores nutrientes y meterle texturas a mis ensaladas. Otras acciones fueron hacer mis fermentos para poder incluir probióticos y distintos sabores, reducir envases y hacerme cargo de toda mi cadena de consumo primario. Todo esto complementado con mi voto de confianza a pequeños productores y emprendedores locales.
Uno de mis incentivos fue comenzar a demostrar la facilidad de llevar una dieta basada en plantas; lo saludable, sostenible y además delicioso que me representaba.
Estoy firmemente convencida que una dieta vegana no es la solución a un cambio climático, ni tampoco que todos los cuerpos estarían en su mejor salud si la llevan. Sin embargo, creo que una dieta basada en plantas, y con una conciencia de las temporadas, el agradecimiento y las porciones, además de un entendimiento de cómo y con qué se siente nuestro cuerpo su mejor estado, nos llevará a nuestro mejor estado de bienestar individual y colectivo.
Nuestras relaciones se basan en una armonía de intercambio, agradecimiento, recibir, dar y compartir. Por lo que encontrar un balance flexible que nos permita vivir en libertad es parte de hallar nuestra propia coherencia dentro de nuestros hábitos de consumo que puedan ir dejando una huella cotidiana positiva no nada más en la naturaleza, sino también en nosotros y con nuestra comunidad.