Aquí, donde todo

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Aquí, donde todo

Nuestra columnista Violeta Verdú analiza la importancia de la Tierra, aquí donde todos vivimos y el lugar por el que tenemos que luchar.

Aquí, en esta ínfima bolita perdida en la inmensidad del espacio, es donde todo pasa; o al menos pasa todo lo que nosotros sabemos que pasa.

Donde hace millones de años hubo un big bang y una serie de procesos químicos y físicos dieron origen a la vida en el planeta (disculpen si elijo no creer la historia de Adán y Eva; a título personal me convence más “Sapiens”, pero eso ya es a gusto de cada quien).  El caso es que, en el interior de esta pelotita irregular, pequeñita, que flota, no sabemos bien dónde, empezó el origen de todo.

Aquí es donde vivían animales gigantescos, y millones de años después llegaron personas que hicieron películas, merchandising y parques de diversiones sobre esos animales. Aquí, donde conviven millones de especies y fuimos nosotros, los humanos, quienes tuvimos la fortuna de contar con memoria, distintos tipos de inteligencia; de crear revoluciones y formar sociedades, y crear idiomas y casas; y construir cosas; y crear conceptos como la moda, el dinero, la religión,  la familia, el arte… Aquí donde diario se crea una guerra y se firma una paz.

Donde tuvieron que ocurrir incontables sucesos de todo tipo: metereológicos, sociales, políticos, circunstanciales e históricos -que ignoro- para que, a principios del siglo pasado, un hombre emigrara de su natal Palestina y llegara por barco al sur de América, para instalarse unos años en Argentina y luego tomar otro barco que lo llevara a Cuba, donde se casaría con una jovencita que había llegado par de años antes, de Damasco, en busca de mejores condiciones de vida. Fue también aquí donde tuvieron cuatro hijos y al mayor, le pusieron Efraím.

Y mientras todo eso ocurría, también aquí; un hombre –me han dicho que se llamaba Juan- y una mujer se casaron en su natal Guanajuato, México, por la iglesia católica, como dictaba la tradición; y formaron una familia también de cuatro hijos. La primera fue niña, y le pusieron Carolina.

Una vez más, en esa mirruña perdida en el universo, pasaron toda serie de sucesos; buenos y malos, tristes y alegres; pérdidas, risas, revoluciones, guerras, crisis, bodas, pleitos; hubo domingos familiares y funerales; huesos rotos, idas al cine, viajes, errores, rupturas, metidas de pata… y quiso el destino que después de incontables vueltas que dio este pedacito de mundo; en uno de sus remotos rincones, Carolina y Efraím –tan distintos y tan distantes- se conocieron y se enamoraron. Y también aquí iniciaron una vida juntos y trajeron al mundo a una sola hija.

Le pusieron Ana Victoria, pero ella se cambió el nombre para escribir; y ahora, con su teclado y desde su nostalgia intenta dimensionar todas las cosas que en este mundo en el que le tocó vivir han pasado para que la tenga el infinito privilegio de ser una persona saludable, de contar con todas las garantías que un ser vivo merece por el simple hecho de habitarlo; tiene educación, alimento, acceso a la salud, hogar y comida. Y por si fuera poco, esta casa tan generosa en la que vive –que ella considera gigantesca, aunque los científicos de la NASA digan lo contrario- , tiene amor, montones de bienes materiales pero sobre todo, más bienes inmateriales; tiene una familia y un grupo de gente que es su manada; se sabe libre, y para coronar su fortuna: se dedica a lo que más ama hacer.

Y todo el transcurrir de su historia –que tal vez a nadie más que ella puede resultarle interesante-, desde lo días en que era un bebé y lloraba para que su madre la acurrucara en sus brazos; todo pasó aquí, en esta partícula que flota en algo tan grande que nadie ha podido averiguar dónde empieza ni dónde termina.

Aquí, donde todo pasa y todo me pasa. Aquí donde tuve mi primer miedo, donde he sentido alegría, furia, frustración; donde he bebido mezcal, he comido paella, y he viajado en aparatos que parecen aves gigantescas para conocer otros sitios y probar otras comidas; aquí donde he escuchado mi música favorita, donde he cometido los más atroces errores, he visto películas espectaculares –y otras no tanto- donde he roto más de un corazón y he tenido qué reparar el mío; donde he leído libros maravillosos y he visto cuadros cuya belleza me deja –raro en mí- muda. Aquí donde tengo miedo, y donde me siento insegura; donde me duelen las muelas y me da hambre, donde tengo a veces frío y a veces calor, donde camino y a veces voy al mar, donde amo y donde odio; donde duermo y donde sueño.

Todo pasa y todo me pasa aquí, en este rinconcito pequeño donde –por ser muchos o porque la mayoría son muy bestias, no lo sé- estamos destruyendo a pasos agigantados.

Ayer fue día de esa casa pequeñita pero enorme que es mi casa, y tu casa, y la casa de todos; y que olvidamos respetar y valorar con el amor que se merece. No hago más que agradecerle por todas las condiciones que ,a pesar de nuestra humanidad, nos brinda cada día para seguir aquí. Me disculpo también con ella por lo depredadora que es mi especie, y le pido que nos tenga paciencia, que yo sé que poco a poco las nuevas generaciones irán modificando su forma de pensar para que esta bolita de lodo; tan llena de vida y de belleza, siga permitiéndonos habitarla mucho tiempo más. Para que haya más historias de amores y encuentros raros; y para que todos los que vienen, hagan de este un mundo mejor.

Ella, la madre tierra se lo merece. Y si ella está bien, todos lo estaremos.

FELICES PASOS.

Sobre la autora

Violeta Verdú (Ana Victoria Taché) es escritora y periodista. Cuenta con más de 30 años de trayectoria en los medios de comunicación mexicanos; fue directora de la revista Cosmopolitan México y Latinoamérica, y la voz de la columna Tacones cercanos. Además, es autora del libro Confesiones de una dama malportada. Puedes leerla en su página, vioverdu.com.

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