Mi abuelo me enseñó a amar el ajedrez, los rayos del sol, los chocolates y a mi familia, pero sobre todo me enseñó a amar la vida.
Mi abuelo se fue de este mundo el 28 de agosto del 2000. El primer día que se celebró el Día del abuelo en México, el primero que pensaba llevarle un pastel y platicar con él toda la tarde. No pudo ser.
Su partida, aun 21 años después, me duele. A veces juego a pensar cómo me vería ahora: ¿le agradaría la mujer que soy? ¿Seguiría haciéndolo reír con mis irreverencias? ¿Me seguiría prestando su pañuelo para secarme las lágrimas por un corazón roto?
Lo extraño. Es increíble, pero cuando pierdes a alguien que amas, pasa el tiempo y lo sigues extrañando, te das cuenta que el amor existe; que su manera de demostrárnoslo es a partir de las ausencias presentes, esas que siempre nos acompañan, como la de mi abuelo, que me enseñó grandes lecciones sobre la vida pero, sobre todo, me enseñó a amar.
En este Día del abuelo, te comparto algunas de sus enseñanzas.
1. Mi abuelo me enseñó que la vida es como el ajedrez
Aprendí a jugar ajedrez muy joven. Después de la escuela, me iba a su casa y me dedicaba a jugar con él. Yo solía ser las blancas y él, las negras. Al principio siempre me ganaba, pero conforme se acercaba a los 90 años, yo me volvía más hábil y él perdía estrategia. Comencé a ganarle. “Tramposa”, me decía, bromeando. De vez en vez, lo dejaba ganar, y disfrutaba de su felicidad al hacerlo.
Así, mi abuelo me enseñó que de nada sirve la estrategia en un tablero si no tienes a un contrincante del otro lado para desafiarlo, para retarlo y para, de vez en cuando, aprender a dejar ganar.
2. La vida es corta, date ese chocolate
Mi abuelo era goloso por naturaleza. Podía rechazar el plato fuerte, pero siempre, hasta el final de sus días, tenía golosinas en un cajón con llave. Chocolates, de esos dulces de mantequilla envueltos en celofán amarillo, bombones… era, pues, el paraíso de lo dulce.
Nunca tuvo diabetes. En sus últimos meses de vida, el doctor nos dijo: “si bien su azúcar no está baja, le queda poco tiempo. Dejen que disfrute sus chocolates“: Y así lo hizo. Por cierto, no los compartía con nadie, los celaba como lingotes de oro, pero a mí, su consentida, me llamaba a su habitación y me decía: “te tengo un chocolate”.
3. Te pueden quitar todo, menos la dignidad
Hasta el último día de su vida, mi abuelo se esmeró por bañarse sin ayuda. Tardaba horas, hoooras. Pero resultaba todo un triunfo. Recién leí un libro sobre envejecer, de Delphine de Vigan, llamado “Las gratitudes”. En él hay una parte en la que la autora explica cómo la vejez nos quita todo lo que antes creíamos que teníamos; la movilidad, la memoria, los puestos de trabajo, los amigos. Lo único que nos queda es el valor de la espera, de continuar el camino con lo que nos queda, que es lo que queda de nosotros.
Y mi abuelo me enseñó que aun en el final, podemos tomar pequeñas decisiones que nos dignifican ante nosotros mismos. No todos tienen esa oportunidad, él la tuvo y la tomó, y estaré siempre infinitamente agradecida por esa lección de fortaleza mental.
4. Cinco minutos de sol al día cambian tu vida
Uno de los pasatiempos de mi abuelo era salir al balcón y tomar el sol 10 minutos al día. Estar con sus plantas, convivir con la naturaleza aún en una ciudad llena de asfalto. Yo era testigo de cómo ese instante lo reconfortaba, le devolvía la energía y lo hacía sonreír.
Jamás supe qué pensaba él en esos momentos, que pasaba en silencio, aun cuando yo estuviera a su lado. Lo que sí sé es que eso bastaba para mejorar su día, y que en los momentos más difíciles, se esmeraba por cumplir con su rutina. Mi abuelo me enseñó a disfrutar hasta el mínimo rayo de sol en mi rostro.
5. Mi abuelo me enseñó que siempre hay una razón para felicitar
Mi abuelo solía tener la costumbre de despedirse de la gente con un “¡felicidades!”, lo cual hacía sonreír a cualquiera. Siempre me preguntaba el porqué, hasta que un día me dijo, “felicidades por un día más de vida”. Y desde ese entonces, me felicito a mí misma por esa gran oportunidad de seguir despierta, a pesar de todo, del Covid, del cambio climático. Aquí seguimos, y nos felicito a todos.
Ahora observo a mi hija mientras juega con sus abuelos. Veo la sonrisa de ellos y también la alegría y seguridad que ellos le dan. Mi abuelo me enseñó, también, a amar a mi familia, y espero que mi hija herede eso de mí, y que en unos años, cuando ya sea adulta, pueda compartir con el mundo las lecciones que ella aprendió de sus propios abuelos.
Feliz Día del abuelo.
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