Aunque por décadas estuvo relegada, la ciencia del olfato comienza a entender la relación entre los aromas y nuestro cerebro.
La ciencia del olfato es una rama relativamente nueva entre estas disciplinas. Aunque desde hace cientos de años se ha estudiado la relación de los olores en nuestra vida, poco se sabe sobre su relación con la mente, particularmente los recuerdos.
¿Cómo se graban permanentemente en nuestro cerebro los olores que percibimos a lo largo de nuestra vida? Un nuevo estudio hecho con ratones encontró pistas en la proteína llamada BMPR-2.
Esta proteína regula la estabilización selectiva de la ramificación neuronal, al fortalecer las conexiones asociadas con un olor específico durante el desarrollo temprano.
Para hacerlo más entendible para todos, imaginemos un árbol bonsai. También, imaginemos que este bonsái tiene la facultad de podarse así mismo. El bonsai jamás se cortaría sus ramas más fuertes y vitales. En cambio, podría podar las ramas más frágiles e inservibles.
De la misma forma funcionan nuestras neuronas. Gracias a la proteína BMPR-2, algunos olores se “fortalecen”, por así decirlo, y se quedan asociados a ciertas estructuras neuronales fuertes. Por eso es que, con el paso de los años, siguen en nuestra memoria.
El estudio, que se inscribe en la incipiente ciencia del olfato, fue realizado por investigadores de la Universidad de Kyushu y se publicó recientemente en la revista Cell Reports.
¿Cómo funciona la ciencia del olfato?
De los cinco sentidos del hombre, sin duda, el olfato es el más enigmático. Tal vez sea porque no se extiende a lo largo de nuestro cuerpo como el tacto o porque no ofrece esa sensación de dominio del entorno, propia de la vista.
Lo cierto es que se trata del sentido que tradicionalmente se ha ubicado en la marginalidad científica y cultural. Pero todo cambió en 2004, cuando los científicos estadounidenses Richard Axel y Linda B. Buck recibieron el premio Nobel de Medicina por revolucionar la ciencia del olfato.
Los investigadores fueron los primeros en aprovechar la metodología molecular para determinar su funcionamiento. A grandes rasgos, descubrieron los receptores olfativos y la organización del sistema olfatorio. Esto es, la existencia de más de mil genes que sirven de receptores olfativos.
Los receptores olfativos son capaces de reconocer y memorizar más de diez mil diferentes olores. El hallazgo de estos receptores redefinió la manera de entender al olfato y lo colocó en el centro de la discusión científica.
Además, hoy sabemos que la acción de olfatear inicia cuando nuestras células sensoriales de la nariz convierten una señal química (las moléculas del olor) en una señal eléctrica (un impulso nervioso).
Esta señal viaja al cerebro para su interpretación. Y ahí es donde está la clave: la manera de procesar esa información es lo que determina nuestra habilidad olfativa.
Del olfato como supervivencia, a Chanel
Tal vez no lo sabíamos a este grado, pero desde siempre el olfato ha formado parte vital de nuestra supervivencia. Desde que nacemos, nuestra nariz (y el cerebro) saben reconocer un aroma agradable y uno que no lo es. Y poco a poco los vamos asociando con palabras como “comida” o “peligro”.
Esto, por supuesto, lo conocen bien las marcas creadoras de moléculas olfativas, lo mismo las que fabrican tu perfume favorito hasta las que procesan alimentos y bebidas. El olor es una increíble herramienta de mercadotecnia.
Ahora, el reto para la ciencia del olfato es seguir recabando evidencias sobre otros temas pendientes de respuesta. Por ejemplo, si es verdad que algunos aromas pueden curarnos o incluso enfermarnos, o es sólo charlatanería.
El tema de la ciencia del olfato es fascinante, pero requiere profundidad y análisis. Esperemos que éste sea apenas el comienzo.
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