El ejercicio puede ser una buena forma de incrementar nuestra tolerancia al dolor. Pero, ¿es recomendable hacerlo? Te lo contamos.
Cuántas veces hemos escuchado a personas decir que su umbral del dolor es alta, o al contrario, que es tan baja que cualquier golpe les causa mucho dolor. Pero, ¿es posible aumentar o disminuir nuestra tolerancia al dolor?
En este tema, parece ser que sí hay un factor que puede hacer que nuestra tolerancia al dolor aumente, y se trata del ejercicio.
No es de extrañar. Las personas que corren maratones estarán familiarizadas con la entrada en la “cueva del dolor” y, para algunos, la experiencia de pasar por ese infierno es lo que hace que la hazaña de completarla sea mucho más notable. No es la línea de meta, sino el hacer lo que más trabajo cuesta.
Así, esta tolerancia al dolor se ha asociado mucho al ejercicio: entre más entrenas, menos duele. ¿Será verdad? Vamos por partes.
¿Qué es la tolerancia al dolor?
Este término hace referencia a la exposición máxima ante un estímulo doloroso que somos capaces de tolerar antes de abandonar una prueba. Por ejemplo, el tiempo que aguantamos ante un determinado estímulo doloroso.
La tolerancia al dolor varía mucho entre personas, incluso dentro del mismo individuo. Ya que es influenciada por todos aquellos factores que causan un dolor, así como nuestras habilidades de sobrellevarlo.
Y no, la tolerancia al dolor no es lo mismo que el umbral del dolor. Este último hace referencia a la mínima intensidad de un determinado estímulo con el cual sentimos dolor por primera vez. Es decir, el umbral del dolor es la señal del cerebro que decide si es o no necesario intervenir para protegernos.
¿Cómo aumentar la tolerancia al dolor?
Según un estudio publicado en la revista Outline, el científico alemán Wolfgang Freund realizó un estudio sobre la tolerancia al dolor de los corredores de ultra resistencia en el que se pidió a un grupo de corredores y no corredores, que mantuvieran sus manos en agua helada durante el mayor tiempo posible.
Tal y como era de esperar, los no deportistas aguantaron un promedio de 96 segundos antes de rendirse. Los corredores (quienes acostumbran el entrenamiento de resistencia) llegaron al límite de seguridad de tres minutos, momento en el que calificaron el dolor de 6 sobre 10.
Los resultados sugieren que los atletas tienen más tolerancia al dolor que los no atletas. Incluso, Freund sugiere que las exigencias de los deportes de ultramaratón y de resistencia permiten una mayor tolerancia al dolor.
Años después, investigadores de la Universidad de Tromso, en Noruega, han tratado de profundizar en estas afirmaciones. En un estudio reciente publicado en Frontiers in Psychology, el grupo comparó a 17 jugadores de fútbol de nivel nacional con 15 atletas de resistencia de élite y 39 no atletas.
Se administraron tres pruebas junto con una serie de cuestionarios psicológicos para explorar qué rasgos se asocian a una mayor tolerancia al dolor.
La primera prueba fue similar a la realizada por Freund y, como se esperaba, fueron los atletas de resistencia los que duraron 179.67 segundos.
Para poner a prueba la tolerancia al dolor, se aplicó un termodo de aluminio caliente en la parte interna del antebrazo de los sujetos, empezando a 90 grados y aumentando lentamente hasta un máximo de 126 grados Fahrenheit.
Los participantes tenían que pulsar un botón cuando la sensación cambiaba de calor a dolor, y el proceso se repetía cinco veces. Esta vez, los jugadores de fútbol y los atletas de resistencia obtuvieron esencialmente los mismos resultados, siendo ambos más altos que los no atletas.
¿Es posible cambiar la percepción del dolor?
La relación entre nuestro cerebro y la percepción del dolor es compleja y representa aún un campo lleno de misterios para la ciencia.
Puede que suene a un cliché, pero el dolor es algo muy subjetivo. Varios experimentos demostraron que cuando a los pacientes se les decía que se les iba a someter a dolor sin medicamentos, su tolerancia era muy baja. Y cuando les dijeron que iban a aplicarle el mismo dolor pero bajo los efectos de morfina, la tolerancia era mucho mayor, aunque en realidad se trataba de un placebo.
Aunque el dolor a veces no se reconoce como una enfermedad tal cual, como lo son las afecciones cardíacas o la diabetes, está causado por la misma asociación de factores.
Es decir, las experiencias dolorosas que vivimos a lo largo de nuestra vida están influidas por un conjunto de genes que nos hacen más o menos sensibles al dolor. Pero nuestro estado físico y psicológico, las experiencias previas (especialmente las traumáticas y dolorosas) y el entorno en el que nos encontramos pueden modular nuestras respuestas.
Si conseguimos entender mejor qué es lo que hace que las personas tengan mayor o menor tolerancia al dolor, estaremos mucho más cerca de reducir el sufrimiento mediante el desarrollo de tratamientos personalizados dirigidos a solucionarlo.
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