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Existe una razón biológica por la que podemos atiborrarnos de una gran cena y aun así comer esa última rebanada de pastel o esa bola de helado. Se llama “saciedad sensorial específica” y está prácticamente en nuestros genes.
Esta “saciedad sensorial específica” es una adaptación evolutiva que nos fue muy útil hace algunos siglos. Poco a poco fuimos desarrollando una capacidad de seleccionar mejor nuestros alimentos y no darnos un atracón de una sola cosa.
Por ello es que el cuerpo tiene límites diferentes para alimentos distintos, como una manera de ayudar a garantizar una ingesta equilibrada de nutrientes.
La saciedad sensorial específica fue descubierta en los años 80 por investigadores en Estados Unidos, incluida Barbara Rolls, quien hoy es profesora y directora del Laboratorio para el Estudio de la Conducta de Ingesta Humana de la Universidad Estatal de Pensilvania.
“Es la razón por la que la mayoría de nosotros logramos tener una dieta equilibrada, aunque no tengamos conocimientos nutricionales. La variedad es nuestra amiga en términos de equilibrio nutricional”, dijo Rolls en una entrevista al New York Times.
Durante años y años de investigación, esta pionera en el tema le ha pedido a muchísimos adultos y niños que se llenen de alimentos salados, como pollo o salchichas. Cuando se les ofrecía una segunda ración, todos decían estar demasiado satisfechos, pero si se les ofrecían galletas, plátanos o pasas, siempre tenían espacio para otro bocado.
¿Alguien dijo postre?
Ya vienen los días de atiborrarnos de pavo, papas al horno y pasta. Son días en los que casi todos terminamos bastante llenos, pero no podemos negar que si nos ponen enfrente un buen postre terminaremos comiendo aunque sea un poco.
Entonces, ¿esto significa que no podemos controlar nuestra dieta y que estamos biológicamente programados para engordar? Absolutamente no.
Aunque la saciedad sensorial específica te permite seguir comiendo otros alimentos, al final tu cuerpo te pedirá que dejes de comer. Después de ingerir unas 1,500 calorías de una sentada, el intestino libera una hormona que provoca náuseas.
Y por supuesto también está el factor cultural. Si en tu casa no se acostumbraban los postres cuando eras niño, tendrás menos tendencia a buscar esa dosis dulce después de cada comida.
Cuando estamos en un régimen alimenticio específico, los postres son de las primeras cosas que los nutriólogos suelen controlar, aunque no es recomendable reprimirlos: simplemente se trata de darle al cerebro (y al estómago) esa pequeña dosis de felicidad.
La importancia de la saciedad sensorial específica
Por supuesto, lasaciedad sensorial específica no aplica sólo para la hora del postre, sino para cualquier alimento en general. Haz la prueba: intenta comer diario el mismo alimento y verás cómo cada vez lo encuentras menos rico.
Pero también parece ser que todo está relacionado con la felicidad que encontramos en ciertos alimentos. Para algunos, esta felicidad puede estar asociada a alimentos más dulces o más salados. Entonces, nuestro “postre” puede ser diferente según cada persona.
En resumen, la saciedad sensorial específica nos dirá qué nutrientes necesita el cuerpo, pero por otro lado nos dirá lo que al paladar le hace feliz, aunque quizás no sea lo más nutritivo. Y es en esta dualidad en la que los nutriólogos advierten un riesgo.
Por ejemplo, muchos alimentos procesados contienen altas dosis de azúcares, saborizantes y sal, lo que suele confundir al paladar. Al no percibir algo específicamente dulce o algo específicamente salado, podemos tender a comer más.
Sin embargo, si seguimos una dieta basada en alimentos menos procesados, hechos en casa y altos en frutas y verduras, veremos con mayor claridad que el cuerpo es sabio y nos pedirá los nutrientes necesarios.
Ahora ya tienes un nuevo argumento para ir por ese pastel, ese helado o esa fruta después de comer: no eres tú, es la saciedad sensorial específica.
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