Cada vez son más los estudios que demuestran que el consumo de alcohol afecta al cerebro, principalmente la memoria a corto y largo plazo.
No es por ser aguafiestas, pero cada vez surgen más evidencias de que el consumo de alcohol es contraproducente para el cerebro. Y la memoria es una de esas capacidades que más se ven afectadas.
Uno de los efectos más visibles se aprecia en el sistema nervioso central, lo cual se debe a que el alcohol es capaz de atravesar la barrera hemoencefálica en un 90%, lo que a su vez causa una alteración en la corteza cerebral.
Esto implica que haya una sedación leve, como resultado de la depresión de áreas cerebrales responsables de los mecanismos inhibidores.
Esta afectación se origina por una alteración en la corteza cerebral, la cual se ve mermada por el consumo excesivo y regular del alcohol.
Los especialistas también han señalado que durante los últimos años de la adolescencia se produce un gran incremento de la materia gris en el cerebro y el desarrollo de áreas asociadas a la memoria, que con el consumo del alcohol son las más dañadas.
Así afecta el consumo excesivo de alcohol en la memoria
En primer lugar, ocurre la deshidratación por el consumo excesivo de alcohol, lo que podría desencadenar algunos síntomas como pérdida de la memoria a corto plazo, falta de concentración y poca habilidad para completar las tareas.
Esto se debe un poco a las propiedades sedantes del alcohol, las cuales tienen un efecto anestésico en el cerebro, lo que disminuye su actividad y favorece la inhibición sináptica producida por transmisor denominado ácido gamma-aminobutírico (GABA), como pasa con drogas como barbitúricos o anfetaminas.
Esta acción inhibitoria actúa en los receptores NMDA del neurotransmisor glutamato, que tiene un poder excitatorio en el cerebro y que produce modificaciones en el mecanismo neuronal del hipocampo y córtex. En palabras más sencillas: afecta directamente en los neuroquímicos de la memoria.
De ahí que el consumo excesivo del alcohol cause una disfunción aguda y crónica del cerebro. Tanto la forma aguda como la crónica provocan alteraciones en la memoria y en las funciones intelectuales complejas (cálculo, comprensión y aprendizaje), además de alteraciones del juicio y la afectividad.
De acuerdo con un estudio, el síndrome alcohólico cerebral crónico consiste en un estado de demencia que se debe a la pérdida acelerada de neuronas, pues si bien este proceso es natural conforme envejecemos, el exceso de alcohol acelera esa pérdida.
Asimismo, los especialistas explican que puede derivar en una enfermedad denominada Psicosis de Korsakoff, que se caracteriza por una pérdida grave de la memoria reciente.
Con esta enfermedad, el paciente es incapaz de retener datos por más de pocos segundos, acepta cualquier idea que se le sugiera y presenta poca capacidad de juicio o intuición para reconocer las cosas reales de las que no lo son.
Entonces, ¿ni una copa más?
El consumo “moderado” de alcohol es difícil de definir. La OMS desaconseja el término debido a que su amplia variabilidad interindividual e intercultural dificulta una definición inequívoca.
Sin embargo, hay consenso de que un consumo razonable va de entre 1 y 10 copas a la semana. Por lo que respecta a la posible dosis cardioprotectora, se estima en una copa cada 2 días. Por encima de 2 copas al día, el efecto se vuelve nocivo.
Diversos estudios han concluido que, en ciertos grupos de población adulta, aquellos que consumían alcohol con moderación tenían menos mortalidad que los abstemios o que los que consumían más de 2 copas al día.
Sí: es posible un consumo moderado de alcohol en adultos, siempre que sea compatible con el estado de salud de cada persona. Sin embargo, no existe un beneficio general del consumo de alcohol, por lo que afirmaciones como “el alcohol es bueno para….” son erróneas.
Consume alcohol con moderación y bajo tu propio riesgo, pero, ¿por qué no intentar un modo de vida donde el alcohol sea cada vez menos necesario? Ahí está el reto.
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